sábado, 9 de octubre de 2010

Ensayo sobre la vejez

dedicado a la Jime (con ´J´), que no te pago lo que te debo con un poema…





Fue fuerte verme al espejo después de diez años,

verte a vos, comiendo el pan con cicatrices,

recordar mi anhelo de hacerte dichosa,

saber que solo me queda mi éxito vacío,

mi soledad, mis noches de nada,

mi cuerpo que no desea, que se enfrió con la tarde.



Fue duro saber que no te conmovió mi poema,

que no corriste a buscarme a la estación,

que ya no nos queda París, ni las cartas,

ni las manos, ni Piázzola, ni el mar,

que tengo tan poco a que aferrarme,

y que con el tiempo se irá, crecerá,

y no quedaran razones, ni motivos.



Fue triste saber que hace tanto estoy solo,

que lo acepté, como se acepta la noche,

la vejez, la calvicie, el dolor y el cansancio,

que no te busco, que solo tengo reminiscencias,

muy parecidas a sueños, muy inverosímiles.



Fue inútil recordar todas las cosas que me enseñaron,

tus ojos y tu vientre jóvenes,

y que dudo mucho haberlas vivido,

pues habitan en la niebla de un ayer confuso.



Hoy solo vivo corriendo tras una pérfida meta,

con el afán enloquecido de quien perdió todo,

solo sonrío cuando mi hijo, tu hijo,

me devuelve una sonrisa, una brisa.



Una mañana desperté y no sentía los pies,

ese día empecé a trabajar más, a leer más,

a caminar más, a correr…

porque supe que ya no iba ningún lugar,

porque supe después de diez años,

que ya no ibas a volver...

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