domingo, 27 de diciembre de 2009

Coma


Ignacio entró en el dormitorio de Blanca con ese aire de guapo arrabalero que le gustaba cultivar, aunque era un estilo que comenzaba a desaparecer de las calles para instalarse en las tertulias y el imaginario.
Llevaba pañuelo en el cuello, sombrero de lado, saco negro de franela cerrado, los labios apretados, la comisura derecha levemente torcida hacia abajo, y la misma ceja levantada, en un gesto despectivo y violento.
Blanca dormía vestida, un sueño inhumano, animal, producido por el whisky y la morfina.
Blanca, Blanquita, la niña tierna de las travesuras de la infancia, de las largas trenzas negras, de las misas y los rosarios, de los libros de las vidas de los santos, la hija única que hizo un lugar en la casa y en el corazón para el primo huérfano y pobre; que le enseño a comer en una mesa “bien”, a rezar padrenuestros y avemarías, y los primeros juegos del amor con culpas y remordimiento del infierno y de los niños mogólicos; la que lo cuido en las crisis de asma.
Hasta que llego la otra Blanca, la joven enamorada llena de sueños que truncó una prometedora carrera de medicina por un hombre, moreno, alto, elegante, de habla pausada, firme, seductora, que olía a sándalo, a bosques, y mar. El mismo rufián que la derrotó, le robó y la dejó abandonada a su suerte con un niño en el vientre.
Por último, la Blanquita del camino sin regreso, la final…
Asida a los escombros de su sueño, esperando en el más frió y triste de los inviernos, a su niño y a su hombre, en la soledad bucólica de la estancia familiar, para que la vergüenza no fuese vista por los amigos.
Pues con ese niño que venia le era suficiente para vivir, para reinventarse y dejar que pasen los próximos cuarenta años, y ¿quién sabe?... tal vez el tiempo traería paz… tal vez curase… pero sino, no importaba, con su hijo era suficiente.
Pasó ese invierno, tejiendo escarpines, acompañada por los caseros de la estancia y eventualmente por Ignacio, eligiendo el nombre de su niña, porque la sospechaba niña, sin volver a pronunciar el nombre de ese hombre que ocupaba todos sus pensamientos.
Pero Dios buscó en el archivo de sus pecados más recónditos y castigo, tal vez solo porque se aburría, y Malena, su niña nació con hidrocefalia y los días contados. Mogólica y condenada a muerte.
Vivió más de lo que todos esperaban. Veintiocho días, en los que Blanca no hizo otra cosa que rezar y rogarle a Dios que no se llevase a su hija, que la dejase así como estaba, como una plantita, que ella la iba a cuidar y a amar como se ama a un hijo, incondicionalmente.
Pero no… veintiocho días, ni uno más… y cuando su angelito comenzó repentinamente a hacer convulsiones la sacaron de la sala entre cuatro hombres en un infierno de gritos, golpes, “dioses-míos”, y “no-te-lleves-a-mi-niña”… y se abrieron las puertas del Averno con un chillido de bisagras oxidadas, y el peso y el vaho de la muerte; puertas que nunca más volverían a cerrarse para Blanca, Blanquita…


Ignacio la miró y sus ojos de macho se llenaron de lágrimas amargas, ya no podía seguir soportando ese espectáculo morboso, esa agonía lenta, precisa y continuada.
La familia había intentado todo por salvarla, hubiesen traído a Charcot o a Freud por su Blanquita. Hizo tratamientos en Europa, estuvo temporadas en las clínicas de Traslasierra, Córdoba, desintoxicándose, fue atendida por los mejores médicos del país. Pero todo era inútil, no hablaba, no comía, no se bañaba, solo salía de su cuarto para procurarse barbitúricos y whisky. Por mucho que Ignacio y su madre se afanasen en cuidarla siempre se la volvía a encontrar en ese estado de brutal pesadilla, en el que sus ojos no cesaban de llorar silenciosamente. Solo cuando “limpiaban” su habitación reaccionaba, y con una violencia más feroz que la de los compadritos de Barracas.
Abrió el mueble de cedro que estaba a la derecha de la cama y volvió a ver frascos, jeringas, pastillas y botellas.

- ¡Basta, Blanca!, ¡Basta!, si te querés morir hacelo de una puta vez!... pero no así…¡basta!- gritaba mientras sacaba más jeringas y frascos- ¡basta! – gritaba y se le caían las lagrimas al más guapo de Villa Crespo.

La tomó por los brazos y la zamarreo bruscamente, su cuerpo hedía, su rostro no tenía el menor rastro de la belleza de años atrás, estaba desfigurado. Buscó las marcas de los hematomas en los brazos y no los encontró, busco en las piernas, nada. Levanto el vestido, su bombacha negra apestaba la habitación, la saco cuidadosamente; los algodones cargados de sangre le provocaron una fuerte nausea, pero la contuvo; desde que Blanquita se inyectaba, su ciclo menstrual era prácticamente continuo.

- ¡Por dios!, ¡basta, Blanca!- seguía gritando.

La muchacha se inyectaba en las venas de las ingles para que nadie lo notase, era impensable tal deterioro, las piernas, las axilas, el pubis velludo, con un olor a sudor, a mugre, a podredumbre que solo se percibe en los cadáveres bastante descompuestos.
En realidad estaba muerta, se estaba pudriendo en vida y nadie lo quería aceptar, nadie quería dejarla ir. Estaba muerta y su corazón aún latía, errores de la Divinidad.
Arrojó la bombacha en el piso, la tomó por los brazos para llevarla al baño y asearla como lo hacia comúnmente… entonces la muchacha reaccionó, abrió violentamente los ojos, y la boca, y lanzó un alarido gutural proveniente de las regiones oscuras. Ignacio creyó estar frente al demonio, la soltó y retrocedió trastabillando. Sintió el golpe seco en la cabeza, cayó desplomado. Su vista estaba nublada, pero no había quedado inconciente, intentó incorporarse apoyándose en el respaldo de la cama, pero ahora el golpe vino en la nuca y lo último que sintió antes de desmayarse fue la sangre caliente por toda la cara, las agujas que le clavaban en el vientre, una dos, cien, y el cuerpo que se le empezaba enfriar y dormir desde los pies hacia la cabeza, el ruido de la rodilla al quebrarse, las costillas… sus ojos no vieron el último golpe en la cabeza, ya no hubo nada, no hubo más dolor, solo oscuridad y terror.
Se hundió en una pesadilla que repetía una y otra vez lo sucedido esa tarde, y todo acababa cuando una enorme, negra, caliente y fétida ola de sangre le caía encima, y lo dejaba en tinieblas. Esa era su conciencia, la repetición del terror, de la impotencia, de no poder huir y ver como le mataba aquella mujer a la que tanto quería. Eso era, evidentemente, estar muerto.


Al final volvió a caerle encima una enorme ola de sangre viscosa, caliente y hedionda, y abrió los ojos… supo que no estaba muerto.
La habitación era blanca y entraba el sol por las cortinas del mismo color que se balaceaban por la brisa suave, fresca, trayendo el aroma de las flores de un jardín cercano. Quiso incorporarse, pero el esfuerzo fue en vano; los músculos del cuerpo estaba entumecidos, acalambrados en su totalidad. Trató de hablar pero su garganta estaba seca y no salieron palabras, trató de gritar pero solo hubo un levísimo aullido.
Pero vivía. Se calmó lentamente, y recordó la pesadilla, y la anterior a esta, entonces con la mano casi dormida buscó las heridas. Nada. Se tocó la cabeza y encontró el pelo largo, luego la barba, pero ninguna cicatriz… ¿había sido un sueño, un mal sueño?
Lenta y dolorosamente movió el cuerpo, que al cabo de una eternidad se halló sentado en la cama, toco en su espalda y sintió grandes trozos de cascarillas secas, escaras. Sacó la aguda de su brazo, y percibió el peso de una bolsita en su vientre. Intuyó, su cuerpo se lo decía, que era arriesgado intentar caminar, pero lo hizo lentamente, como un inválido que recupera la posibilidad de ponerse sobre sus débiles pies. Vacilante, se acercó a la ventana y vio el jardín lleno de flores primaverales, la luz lastimaba sus ojos.
Sintió el tiempo imprecisamente, le era difícil medirlo, parecía de mañana. Luego volteó y encaminó sus pasos a la puerta entreabierta de donde venia el sonido de la estática de una radio, en cada paso recuperaba un mínimo de conciencia de sus músculos, pero no su dominio. Salió de la habitación, atravesó un pasillo que comunicaba a otras alcobas y cuartos de baño, se fue acercando cada vez más al sonido del artefacto, aspiró el aroma a verduras cocinándose, a la albahaca y el maíz. De pronto escuchó la voz de doña Tita, su madre adoptiva, dando ordenes a una domestica, pero distinta, algo desgastada.
Cuando, al cabo de algún tiempo logró llegar al enorme comedor, que comunicaba a un lado con el living, y al otro con la cocina, se vio parado frente a un espejo de cuerpo entero… recordaba la casa, el chalet de la estancia en San Antonio de Areco, recordaba su forma, la disposición de los cuartos, pero no acaba de reconocerla. Recordó el espejo y vio en el su infancia, los juegos con Blanca, el fuego de la chimenea, las historias contadas por tío Lorenzo con su barba blanca y su pipa gorda, el libro de cuentos enorme, los gestos teatrales, y a tía Tita, diciendo mientras tejía, sentada a un lado,

- No asustes a los chicos Lorenzo que después tienen pesadillas.

Lo vio todo en el espejo, todos esos recuerdos. Luego fijó la vista en un hombre viejo, con la barba entrecana, ojeras espesas, el pelo revuelto, los brazos flacos y blanquísimos, vestido con un camisón color crema, pero no lo reconoció. No supo quien era… quizás era el personaje de uno de esos cuentos, quizás un peón de la estancia. Pero la simetría del espejo lo trajo de golpe a la realidad, y en ese momento supo que era él, y que había dormido muchos años.
Paradas a sus espaldas había una anciana con muy poco cabello, delgada y encorvada llorando silenciosamente. Esos ojos azules solo eran de una mujer en el mundo, era Doña Tita, tía Tita…

- ¡Pero, por Dios!, ¿Cuántos años pasaron?- la vos salio entrecortada, saca, casi inaudible,

- Veintiún años y siete meses- dijo la anciana.

Y al lado de ella, como para negarle el derecho de armar el rompecabezas estaba Blanca con sus cinco años, sus dos trenzas rubias, sus ojos azules, agarrada de la mano de tía Tita, casi igual a la imagen que veía momentos antes en el espejo. Giró para verlas de frente, tratando de saber si estaba recordando su infancia… pero en ese caso, él ya era un viejo, y tía Tita también; y si no se trataba de un recuerdo, ¿por qué Blanca era una niña?... y creyó que estaba teniendo una pesadilla, o que había enloquecido,

- No es Blanca… Blanquita se fue hace dos años, se llama Carla…es su hija…

Se tambaleó, sus rodillas le fallaban, la derecha le dolía enormemente. Doña Tita grito y en seguida vino una enfermera y una domestica que con la caras exaltadas por el asombro lo ayudaron a sentarse en un sillón.
En ese momento empezó a comprender que su vida había pasado. Se le amontonaban las preguntas en la cabeza, que comenzaba a doler.

- Llamá al doctor, Teresa, ¡vamos, rápido!...

No podía hablar, el dolor era enorme, la pesadilla atroz y parecía no haber terminado. Todo ese enorme dolor iba a ser, desde ese día en adelante, una cruz que nadie le ayudaría a llevar, de no ser por un bastón con empuñadura de oro, y una caterva de médicos que poco podían hacer.
Su mayor consuelo era Carla su sobrina.
Un consuelo contradictorio, absurdo… su vida era eso, “una herida absurda”, lo supo en ese momento y para siempre.
Entonces Ignacio lloró.

lunes, 21 de diciembre de 2009

Malena





“cosas de quita y pon”, Sabina.


Desde tu balcón me saludaste en tanga,
a una hora del día en que en Palermo,
los viejos fachos salen del Averno,
a comprar la Nación y otras matangas.

Cuando entré al bar en que tocabas,
con aire de dandy afrancesado,
en tu “bata”, okay… tiraste los dados,
y por suerte, cayeron en tus alcobas.

The crazy mother fucker jazz band,
“yo pongo mi música, vos tu arte,
de acá no vas a ninguna parte”,
y escalé tu espalda en el desván

La primera fue a cara de perro,
“un ring de boxeo”, en la ciudad,
el porro y el vino, dieron piedad,
y al mediodía fundimos el hierro.

Impíos, desnudos, hartos de hartarnos,
y supiste, “un mes de esto, y dolería”,
“¿duraríamos?”, reíste, "no duraría”,
Y jugamos, sin receta a mimarnos.

Al rato cantaron las alondras,
Y te bañé, y cepillé tu pelo,
Y, sin más se rompió el velo,
Y vi el abismo que hay detrás.

Transito contando las lunas,
que duermo, y no duermo en tu cama,
te beso entre cañamones de ketama,
entre solos de “bata” y uvas.

Centésimo sexta objeción, Piazzolla,
las dudas plantadas en el rabo,
el vino, el sexo puro que hilvano,
y desde el balcón, tus besos, en bolas.

Sos lunares, pelirroja, batería y piano,
yo los versos que te leo y llorás,
ya no nos interesa que hay detrás,
o si estás noches son en vano.

“No permita la virgen”, saciada,
se resuelva esto, a cara o cruces,
y recoja despojos, me dé de bruces,
o se acabe este cuento de hadas…


"... y si no lo conseguimos nos da igual...
no somos más que dos cañallas..." Fito y Sabina

sábado, 19 de diciembre de 2009

Preguntas...


dedicado a la memoria de ese amigo que me hizo tantas preguntas…



Llegaremos algún lejano día?*
cínico y vil leguleyo o poeta?
olvidaré una noche sus tetas?
es mañana, tarde, o mediodía?

Fue verdad que me quisiste?
es Dios un asesino miserable?
habrá un hoy sin lucha, estable?
siempre fui un hombre tan triste?

Cómo pude criar este hijo?
es más bello él, el cielo o el mar?
por que mi padre me dejó de amar?
quien es el brujo que me maldijo?

Hay preguntas sin respuesta?
podré de viejo saberlo todo?
Jugás conmigo o es el modo?
de ganar por ganar la apuesta?


En filosofía son más importantes las preguntas que las respuestas, dice Karl Teodhor Jaspers… ¡odio la filosofía y todas sus pelotudeces!





* Cortazar termina un largo y tedioso texto, que no es una nouvelle ni es una poesía con la frase (pues no es verso), “Llegaremos algún día?”… el punto es que le debo este verso, que no le soporto en nada, y que yo voy a llegar aunque tenga que dejar hasta la piel… y no se a ´donde´…

viernes, 18 de diciembre de 2009

Solo entonces podrá...

Dedicado a Facundo…



Cuando pasen quinientos años,
y el sabio demuestre que hadas,
y las bellas hembras mimadas,
regían desde sus bajos escaños.

Cuando el boeing no vuele ya,
y solo se viaje a caballo,
cuando los héroes sean cipayos,
y comamos venenosas bayas.

Cuando amanezca el día,
en que yo duerma en París,
con esposa y sin meretriz,
y visite el Averno sin alegría.

Cuando, entonces, y es difícil,
se borre tu sonrisa del viento,
y tus ojos azules del firmamento
reirá de nuevo el Dios imbécil.


… sos el hito, el límite, el punto, el deslinde, el coto, la frontera, el miedo, el sitio en el que mago, demiurgo o Dios se detienen a reflexionar… y siempre retroceden de sus infantiles ambiciones…

… te amo…

lunes, 7 de diciembre de 2009

Resignación


“…lo atroz es no querer saber quien eres… agua pasada, tierra quemada…” Sabina



Cerrar todas las puertas,
mutilar sueños, ilusiones,
acallar viejas pasiones,
hubo amor, ya no hay cometas.

Aprender a vivir como Violeta,
sin ezperanza, como Alfonsina,
como Alejandra en una usina
de recuerdos y cromos sepias.

Mis mejores años ya pasaron,
supe que el amor tiene edad,
y cuando viejo, la soledad,
y días grises y pesados.

Es mejor aceptar, no buscar nada,
de cama en cama pasar las noches,
regalar besos, caricias, derroches,
no tendré “todo”, “my litle hada”.


“sin duda, es cierto que hubo un tiempo que fue hermoso… pasó, como se pasa todo…”

viernes, 4 de diciembre de 2009

Frente al espejo...

un exorcismo, amigo, un exorcismo…


Soy el bulto desecho,
la colección de vacías botellas,
el juicio lapidario de ellas,
un flaco, feo, pelado, hecho.

Soy una pasión desbordada,
por los ojos azules de mi hijo,
por ese racimo de magia, fijo,
una estrella guía en desbandada.

Un amasijo de carne sin pelo,
que se afana por el exámetro,
la décima, la rima, el metro,
la novela, lo oculto, el velo.

Un huérfano de padre, vikingo,
que sueña con playas épicas,
las palabras que den replica,
a un cielo de dolor, un signo.

Un idiota que no temió a nada,
que osó jugar con mujeres,
y hoy duerme solo, no puede,
encontrarte, “my litle hada”.

Un viejo de treinta y tres años,
con bastón, y un amigo en Mendoza,
(que escribe su epitafio en lozas),
que le espera para fundir estaños.

Un tonto con más de lo que merece,
y un dolor sin exorcizar,
un cáncer fantasma sin matar,
mis cuates, mis amigos, “ese”…

Ese que es un rompecabezas,
mis hermanas guapas, sabias,
final de historia, ¿no sabias,
que escribo esto sin certezas?

Yo se quien soy…
soy un hombre sin sombra,
un pasajero viento que no obra,
a favor de “este” hoy…

… y no me importa, sigo…

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Palabras para Flavia



porque me has hecho enojar mucho, pero me has dado mucho más…


Sos la Jacinta Pichi Mahuida,
de este cenáculo o grupete,
lectores del libro gordo del purrete,
de sabia sabiduría, de buena vida.

Habitante del Palermo filosófico,
tarotista de mis miedos y ansiedades,
deslinde, limite de mis vanidades,
curandera de mi día hidrofóbico.

Demasiado joven para saber tanto,
y muy poco tonta para ser tan guapa,
especialista en libaciones y grapas,
que zurcen mi alma de tanto en tanto.

Tenés dos nombres, ningún apellido,
la virtud de hacerme enojar,
dos pequeñas manos que saben sanar,
y el valor de haber vuelto y de haber ido.


“cuando tuvo, usted niña, el tiempo de aprender tanto?” Una extraña confesión, Antón Chejov